Publicado en Agencia Latinoamericana de Información el 27 de febrero, 2013.
En
el prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política
(1859), Marx escribió que los seres humanos establecen determinadas relaciones
de producción “necesarias e independientes a su voluntad” que van de acuerdo a
la “fase de desarrollo” en la que se encuentran. Dichas relaciones conforman la
“estructura económica de la sociedad”, estructura sobre la cual se levanta una
“superestructura jurídica y
política”. Marx concluyó dicha reflexión
señalando que “no es la conciencia del hombre lo que determina su ser, por el
contrario, es el ser social lo que determina su conciencia”.
De forma exageradamente resumida, y sin retomar
las múltiples interpretaciones sobre el tema –las de Gramsci y Althusser, entre
las más importantes-, se puede decir que la superestructura en Marx es ese
conjunto de ideas políticas, religiosas, jurídicas, filosóficas, artísticas,
etcétera, que se construyen sobre la base de las relaciones económicas
capitalistas; las cuales tienen la función de reproducir y perpetuar dichas
relaciones. De esa manera, en el capitalismo se impone una ideología afín con
la cual se justifica y legitima el modo de producción-explotación, ideología
que reproduce y se reproduce en el capitalismo, al mismo tiempo que busca
perpetuarle. En resumen: al capitalismo como sistema económico dominante le
corresponde una ideología también dominante.
Casi un siglo más tarde, en 1947, T. Adorno y M.
Horkheimer acuñaron el término “industria cultural” para referirse a los medios
de comunicación y a la industria del entretenimiento que hacían del arte y de
la comunicación una “mercancía”, la cual contribuía a afirmar el orden
capitalista. En aquella época, la radio, la televisión y el cine empezaban a
ocupar un papel fundamental en la reproducción del statu quo.
Es también durante la primera mitad del siglo XX
que la mercantilización del cine se establece y cobra gran fuerza a través de
Hollywood, la industria del cine más grande del mundo, y que arroja enormes
ganancias a la economía norteamericana. Pero la ganancia no sólo es en ese
sentido, pues Hollywood se ha convertido en uno de los principales aparatos de
reproducción ideológica del imperio estadounidense. Habrá que recordar, tan
sólo, cómo en plena guerra fría aparecieron películas que buscaban insertar en el
imaginario social una concepción negativa de Medio Oriente o de los países
socialistas (Rambo); o bien, aquellas películas que luego derivaron en
estrategias militares para “proteger” a Estados Unidos (EEUU) de posibles
ataques nucleares (Star Wars).
Como potencia mundial, EEUU ha construido su
hegemonía en tres ejes: 1) poder económico (con el control del Banco Mundial y
el Fondo Monetario Internacional); 2) poder militar (la tercera parte de la
inversión total mundial en armamento, casi dos millones de milicianos,
desarrollos tecnológicos y nanotecnológicos de punta y un poderío nuclear
inigualable); y 3) industria cultural, en donde Hollywood se ha convertido en
uno de los estandartes más importantes.
Hoy Estados Unidos está
urgido de justificar y legitimar sus acciones bélicas para mantener y
fortalecer su dominio mundial, sobre todo después de la derrota en Irak, así
como de la crisis económica que ha golpeado severamente a países de Europa como Grecia y España. Para ello echa
nuevamente mano de su industria cinematográfica. Películas como Zero Dark
Thirty o Argo son prueba de ello. Hoy nuevamente queda claro que
Hollywood es un aparato de reproducción ideológica del imperialismo y que la
Casa Blanca sabrá sacar suficiente provecho de ello.