OTRO MUNDO ES POSIBLE (Y URGENTE)

miércoles, 12 de octubre de 2011

Haciendo camino a la paz.

Haciendo camino a la paz
Por Raúl Romero




Cuando el jilguero no puede cantar,
cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar.
Caminante no hay camino,
se hace camino al andar.

Joan Manuel Serrat,
           
En abril del 2011 el poeta Javier Sicilia –luego del asesinato de su hijo Juan Francisco y de otras seis personas- decidió dejar de escribir poesía para hacer poesía. Convocados por su dolor y por la urgente necesidad de detener la irresponsable guerra que Felipe Calderón inició en diciembre de 2006, miles de personas decidimos alzar la voz y salir a las calles para exigir el alto a la barbarie.
            Poco a poco, muchos ciudadanos fueron despertando a una dolorosa realidad nacional, una realidad que se caracteriza por el fétido olor a muerte, injusticia e impunidad que inunda cada rincón de México.
            Primero salimos a marchar en Cuernavaca, Morelos, el 6 de abril. Luego nos convocamos a tomar las calles para dar vida a este país que es asesinado diariamente. Durante 4 días (del 4 al 8 de mayo) caminamos de la ciudad de Cuernavaca al Zócalo de la Ciudad de México. Nuestra exigencia: queremos vivir en Paz con Justicia y Dignidad. Sorpresivamente, miles de personas –120 mil, narraron algunos periódicos- salieron a sumarse a ese grito ahogado en el silencio. La marcha fue replicada en 42 ciudades de México y del mundo.
            Ya en esos caminos pudimos escuchar decenas de historias en las que los grupos criminales, ejército, policía local o federal –cual si fueran un solo grupo- asesinan, desaparecen, violan y torturan a gente inocente; todo exacerbado en la “guerra contra el narcotráfico”.
            Varias personas vinieron desde otros estados (Chihuahua, Quintana Roo, Yucatán, Nuevo León, Durango, Sonora, Edo. de México, etc.) para narrarnos sus historias; relatos que no habían sido contados por miedo o porque simplemente nadie había querido escucharlos. Al final del recorrido y previó al mitin, 72 personas denunciaron los crímenes de los que han sido víctimas sus familiares. Algunas de ellas venían representando organizaciones sociales o políticas que han documentado decenas de casos (“más de 100” nos dijo una de las oradoras de Chihuahua). La mayor parte de los denunciantes (70%) eran mujeres: madres, hijas, hermanas, esposas a las que les han asesinado a seres queridos.
            Cual si diéramos vida a la canción de Serrat –quien retoma Antonio Machado-, el 4 de junio del 2011 la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad partió nuevamente de la ciudad de Cuernavaca, esta vez con rumbo al “epicentro del dolor” en México: Ciudad Juárez, Chihuahua. A la cabeza Javier Sicilia, el poeta vuelto peregrino, acompañado de cientos de personas que entendían que rezar ya no era suficiente. No perseguíamos dinero o puestos políticos. No perseguíamos la gloria, sino dejar en la memoria de la sociedad mexicana los nombres de los miles de muertos y desaparecidos que ha causado la guerra de Calderón.
            En nuestro camino escuchamos otra vez historias desgarradoras, historias que nunca habríamos podido imaginar. Historias en las que las victimas no tenían nada que ver con los narcos. Historias de personas asesinadas y desaparecidas a las que el gobierno federal llama frívolamente “daños colaterales”.
            Ese México vimos y vivimos: el de la violencia, la barbarie, la guerra, la injusticia, la impunidad…
            El tiempo ha pasado ya. Las diferencias, las discusiones y las desilusiones han salido a brote. Sin embargo, seguro estoy de que muchos de los “caravaneros” nunca podremos olvidarnos de lo que vimos, oímos, sentimos y, sobre todo, de los compromisos que hicimos con nuestro pueblo. ¿Cómo olvidar cuando en Morelia doña María Herrera nos contó sobre sus cuatro hijos desaparecidos, o a los compás de Cherán enseñándonos a ser hombres y mujeres dignos y rebeldes? ¿Acaso alguien podría olvidar al niño de 6 años que interceptó la caravana para contarnos sobre el asesinato de su padre Fernando Rodríguez? ¿Cómo no recordar la cálida y combativa recepción de los compas de la COCOPO en Durango?, ¿o el despertar en Sta. Catarina, Nuevo León, con cientos de niños mirándonos dormir en los patios de su escuela?
            Así pues, en esos siete días escribimos una página más en la historia de este país, una página que narra el dolor de este pueblo que ha perdido a más de 50 mil de sus hijos. Pero también esa página narra el lento despertar de un pueblo urgido de paz, justicia, dignidad, libertad y democracia.
            El camino a la paz es largo, pero, tenemos que recorrerlo. Ya hemos comenzado y sólo unidos venceremos a los señores de la guerra. Porque como diría el Viejo Antonio allá en el sureste mexicano: “Los arroyos… cuando bajan… ya no tienen regreso… más que bajo tierra”. 

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